El camino de Perséfone

MauroT
5 min readNov 26, 2020

Perséfone corre sin mirar atrás. Conoce las reglas de este mundo. Él le advirtió, él siempre advierte que este mundo se resiste a la vida. “Éste no es lugar para aquellos que todavía tienen sueños y aspiraciones” esa es la advertencia que en las noches le susurraba. Perséfone corre escucha el lamento de los amantes. El mito se equivocó, el castigo no fue separarlos, uno arriba y el otro al fondo del olvido. Los amantes se siguen pero no se alcanzan, lloran sus ausencias, las ganas de tomarse en brazos, de recordar con sus cuerpos lo que es el amor. Los castigos aquí abajo no son temporales, es un lugar lúgubre y frío para aquellos que no pertenecen a esta arquitectura fúnebre hecha por el destino. Los amantes siguen anando, sin rumbo ni sentido, uno quisiera creer que, eventualmente, el castigo terminará, pero incluso el tonto en la montaña, con su silencioso acompañante, sabe que no pasará. Pero los amantes caminan, como prisioneros y traidores, algunos los llaman héroes, pues su eterno viaje es la repetición de una transformación, tal vez ellos pueden contagiar los lugares por donde han pasado.

Se siente perseguida y observada. Perséfone se siente vista por los muertos, y la mirada vacía de un alma es capaz de congelar a cualquier héroe que se quiera proclamar vencedor de la muerte. A Perséfone la observan, pero ella sigue corriendo. Tiene miedo, sería ingenuo creer que ella es inmune a este lugar. Los ecos de aquellos que habitan este lugar piden piedad, no esepran regresar al mundo de los vivos, pero igual lloran, y lloran porque este mundo exige tristeza y soledad. Lágrimas caen al suelo que Perséfone pisa, este lugar requiere sacrificio y eso también la incluye a ella.

Perséfone corre, lleva horas corriendo, no. Lleva días… ¿semanas? Años. Perséfone lleva años corriendo ¿Por qué corre? Porque está escapando ¿De qué escapa? De todo, de su lugar en el mundo. De la idea de la nieve y el otoño. Ella huye porque el tiempo la sigue, este le recuerda que su destino no es suyo para cambiarlo, que el lugar donde se encuentra es el fin de todo y, por más que quiera, ella algún día será parte de los nombres que sólo deambulan por aquí. Perséfone no le teme a eso, en este momento teme no recordar el camino, ha pasadotanto tiempo desde la última vez que estuvo aquí que siente haber entrado a un mundo diferente. A pesar de sus dudas, Perséfone corre.

No sabe qué la espera, no recuerda lo que está al final de su viaje, sólo sabe que tiene que llegar. Cuando termine de correr, el destino de Perséfone se cumplirá. El silencio abunda en estas ruinas. Apenas se escuchan las quejas de un hombre atado a una esquina, el paso del tiempo lo ha transformado en más en arquitectura que humano. El hombre, consumido por la pared, clama por su vida. Insiste que le han robado su vida, que es un prisionero de la muerte, pero él no merece estar aquí, entró por su voluntad y debería tener la libertad de regresar como un héroe, como leyenda. El hombre quiere canciones e himnos, quiere poemas, lo quiere todo. Por dentro Perséfone siente la melancolía de la primera vez que pasó por aquí. Ese hombre seguirá gritando, sin saber que desde el momento en el que entró cedió su vida ¿También lo habrá hecho ella? Tal vez por eso siente la necesidad de regresar, la primera vez que entró lo hizo a cambio de su libertad y su vida, igual que Él.

Finalmente, Perséfone llega y toma de la mano a la persona que ama. Finalmente ha regresado y un rostro se ilumina por primera vez en años. Los amantes son testigos, el idiota con su roca es testigo, incluso el prisionero observa. La mano de Perséfone es envuelta rápidamente y su cuerpo es rodeado por un cálido abrazo. La familiaridad sobrecarga los sentidos de Perséfone y por un momento ignora su alrededor. La respiración de la persona en un principio es agitada, y ella sabe lo que significa “me hacías falta”, poco a poco se relaja “pensé que no volverías”. Pronto, ambos tienen el mismo ritmo, y sus cuerpos se comunican en silencio. “Es difícil estar sin ti”, dice su cuerpo. “Lo sé, pero siempre volveré”, contesta Perséfone. Sus rostros se miran por primera vez y Perséfone finalmente ve el rostro de su esposo.

El deber ha deteriorado su rostro, las grandes expectativas de ser el guardián de este lugar han hecho que el hombre parezca un monstruo. Una sombra cubre la figura del hombre. A los ojos de Perséfone aquel que está frente a ella es un hombre, los títulos no importan entre ellos: rey, dios, guardián, todo eso puede esperar, debe esperar, porque ella está aquí.

“Has cambiado” sus manos trazan el rostro melancólico. “Me han cambiado”, él trata de defenderse. No miente, todos los testigos saben que el señor de este mundo endurece su rostro y su cuerpo cuando Perséfone camina hacia el mundo superior. Su transformación es tal, que todo a su alrededor cambia. Lo que Perséfone ve es un hombre que entiende el precio del deber y la soledad, un hombre que absorbe esa melancolía y la carga con un propósito: Que este lugar esté lleno de misterio y oscuridad, que sea conocido como un lugar que nadie quisiera visitar, todo para ahuyentar a los mortales de aquí. Para que el amante aprecie a su amada, para que el rey disfrute su reinado, para que el tonto descubra su talento. Incluso quiere alejar a la hija y que ella no se llene de soledad.

“Te amo”. Sus largos dedos trazan el rostro de Perséfone, bajan lentamente desde su cabeza, pasan por sus hombros hasta tocar sus manos. Él la trata con cuidado, no porque crea que es frágil, ella ya ha demostrado que su fragilidad no está en su cuerpo. La cuida porque todavía no sabe si es real o no, después de todo, este lugar castiga a todos, ¿qué le haría creer al rey que él es inmune?

Ella lo toma de la mano y lo guía para que caminen juntos, como él lo hizo alguna vez, en otra vida, en otro mundo. “Soy yo” le reitera apretando su mano. “Lo siento, te siento” contesta él con su mirada, que ahora es gentil, cálida, incluso amable. Perséfone sigue caminando y, por un instante, también piensa que este es su castigo, regresar a los brazos de un amante falso, vivir en esa mentira para siempre. pero ella sabe que ese no esl e caso, su castigo es otro. Perséfone vive como una figura errante, nunca tiene suficiente tiempo, por siempre es incapaz de satisfacer a aquellos con los que convive, pues todos siempre quieren más, eso es, hasta que ella les da lo que piden.

Perséfone es demasiado, demasiada furia, demasiado amor. Por eso ella sabe su castigo, sabe que puede escapar, que “destino” es sólo una palbra inventada para justificar lugares como este y miles de otros similares. Perséfone cumple su destino, camina hacia el mundo sólo para correr hacia su muerte. Ella decide morir cada día. “Es fácil tomar esa decisión cuando se trata de nosotros”.

Su mundo vuelve a florecer.

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